Con los primeros años de la última crisis que hemos pasado, de lo único que se hablaba en las empresas era de los ERE: Expedientes de Regulación de Empleo. No son otra cosa que despidos masivos que se tuvieron que llevar a cabo en las empresas para poder soportar las pérdidas económicas que esta crisis supuso. Siempre se ha puesto el punto de mira en el trabajador despedido, que en definitiva es el perjudicado, pero ¿qué sucede con aquellas personas que se quedan trabajando en la empresa y que ven cómo sus compañeros de trabajo de toda la vida se van? ¿Cómo les afecta a estos supervivientes estos despidos masivos?

El superviviente que presencia los despidos día a día lo primero que piensa es: Yo soy el siguiente. Se siente afortunado de seguir un día más, pero la incertidumbre que se crea con este ambiente no hace más que generar un estrés que podía llegar  a provocar ansiedad e insomnio. Mucha gente necesita de ayuda psicológica para superar estas difíciles situaciones. El Síndrome del superviviente, analizado por primera vez por Noer, se caracteriza por tener altos niveles de ansiedad y estrés (o burnout), falta de motivación y compromiso con la organización, insatisfacción generalizada y desconfianza hacia la empresa.

Una vez ha pasado esto, viene lo peor: adaptarse a la nueva situación. Los trabajadores que se quedan tienen que realizar el mismo trabajo que antes, pero con la mitad de la plantilla de la que disponían. Esto supone mayor presión aún, no solo tienen que pensar en que pueden despedirles, sino que tienen que hacer doble trabajo, bien hecho, o las posibilidades de ser despedido aumentarán. Según estudios realizados para el Ministerio de Empleo de España, incluyendo datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), "la crisis ha hecho que los trabajadores afronten con miedo y estrés la posibilidad de perder sus empleos. Además, pueden producirse más accidentes, lesiones e incluso muertes en el trabajo debido a los recortes de personal". 

Para combatir estos síntomas de estrés, los expertos proponen que se  promueva una mayor comunicación, participación de los empleados y el reconocimiento de las emociones que se dan en el lugar de trabajo, para ayudar a los supervivientes  a reducir o eliminar los síntomas y mejorar el ambiente de trabajo. También influye hacer que los empleados  se sientan valorados, para que no pierdan el interés y la motivación en sus tareas, y que las efectúen de la manera más productiva y eficaz posible, mejorando su autoestima.

Como conclusión, y en mi opinión, las empresas que decidan llevar a cabo un ERE no solo deben tener en cuenta quién se va y quien se queda, sino que debe velar por la salud y el compromiso con la organización de aquellos supervivientes, para que no sigan produciéndose esas pérdidas que le llevaron a inicial el Expediente de Regulación de Empleo.

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