La explicación está en que la mayoría de los autónomos opta por cotizar a la Seguridad Social por la base mínima. Y claro, cuanto menos se paga, menos se recibe. El fondo de la cuestión está en que cotizar menos es un arma de doble filo: durante mucho tiempo favorece al negocio, pero finalmente repercute en una menor pensión y lo peor de todo es que es el Gobierno quien incentiva esta situación, convirtiéndola en desproporcional y desigual.

El Ejecutivo parece algo incoherente al respecto, como muestra nuestra coautora Maria Jesús Ruiz, "primer paso: emprender. Segundo paso: ¿y ahora qué?

El nuestro es un sistema eminentemente contributivo que incentiva el nivel precario y las bajas cuantías de cotización y, como adelantaba, son varios los colectivos que merecen especial atención, por lo que es momento de hablar de las Mujeres. Uno de los problemas más graves de nuestra sociedad es la feminización de la pobreza, puesto que el 70% de los pensionistas “peor pagados” son mujeres. 

Dadas las circunstancias de la época de actividad de nuestras mayores, las mujeres asumían el rol de “ama de casa”, no trabajaban fuera del hogar y era el marido quien asumía el papel de “cabeza de familia”. Ellas se veían obligadas a quedarse en casa por la cultura social del momento. En la mitad del s. XX, la tasa de actividad femenina rondaba el 25%. No cotizar no fue una decisión voluntaria, sino coartada por los estigmas y costumbres sociales. Ahora son ellas las que pagan el pato. Ahora son ellas las que no alcanzan los mínimos establecidos para cotizar. Ahora son ellas las que sufren las consecuencias de un sistema de pensiones que no está preparado para hacer frente a una realidad social. 

La brecha de las pensiones de jubilación entre hombres y mujeres es del 36%. Las mujeres se ven especialmente afectadas porque son las que ocupan con mayor habitualidad los puestos de trabajo temporal, de rotación y de trabajo parcial. Además, reciben una menor retribución que los hombres y tienen tasas de empleo más bajas. Todo ello supone que las carreras de cotización sean más cortas y, por tanto, que la cuantía de las pensiones aminore. 

Indudablemente algo falla y no es un asunto femenino, sino que es un asunto que pone en duda la plena efectividad del sistema, necesario para la obtención de un Estado de bienestar. 

El interés de las empresas por la calidad de vida en el trabajo se basa en el supuesto de que su mejora dará lugar a que el trabajador esté más sano, más contento y más satisfecho, y sea, probablemente, más productivo. Poniendo esto en relación con la situación actual del sistema de pensiones, ¿no es contrario al sentimiento que puede florecer en una persona que ve amenazada su futuro de jubilación?, ¿no puede verse afectada la satisfacción del trabajador al pensar que tanto esfuerzo no tendrá su recompensa en un futuro? 

Rescatando palabras de Unai Sordo, líder de CCOO “este auténtico aguacero de trabajadores y pensionistas en las calles tiene que tener una lectura por parte del Gobierno”.