Susana Gisbert Grifo, Fiscal especializada en violencia de género y escritora, dijo en una entrevista en el Diario16 que nos encontramos ante una “lucha incansable por erradicar de este mundo, un mal arraigado desde hace demasiados siglos en el ADN de la sociedad: el machismo”.
En lo que al mundo laboral se refiere, no le falta razón.
No se trata del sexo, ni de la maternidad. Es un problema de rol, es una mera construcción social que afecta directa y exclusivamente a las mujeres.
A lo largo de la historia las mujeres han sido consideradas una “media fuerza” y, como tal, su trabajo ha sido infravalorado. Por lo general, la mujer acude al puesto de trabajo con una formación sensiblemente superior a la del hombre, aunque acaba ocupando puestos de trabajo de menor cualificación y contraprestación económica.
Es una batalla sin cuartel que libran muchas mujeres, unas vestidas en su toga, otras en bajo una bata blanca, otras con un mocho en la mano o subidas a unos tacones. Es un problema que atañe a muchas generaciones y muchos sectores.
Todo ello ha dado lugar a la feminización de muchos puestos de trabajo que parecen creados por y para las mujeres, exclusivamente. Encuadrando así roles mediante los cuales se generan unas expectativas erróneas.
La legislación ha dado la espalda a la cuestión de cuidados y eso hace que la situación sea la que es en la sociedad actual. Durante años se ha asumido que los trabajos que implican limpieza y cuidados deben de ser desempeñados por mujeres.
Es un problema social que se debe visibilizar y dejar a los poderes públicos que entren en las casas y hogares, que se hagan cargo del ámbito privado y regularicen las carencias existentes hoy en día para tantas mujeres. No se debe olvidar que el trabajo que no se paga, no se reconoce y no se valora.
La actitud de la mujer en la sociedad es polivalente, sus responsabilidades laborales llegan al nivel de sus responsabilidades familiares, por lo que hay que valorarlo y valorizarlo. Especialmente, para el caso de todas aquellas mujeres que, por decisión propia, por tradición, o lo que es peor, a iniciativa de sus maridos, abandonan sus carreras profesionales y pasan a hacerse cargo del cuidando del hogar y los hijos.
El propio PIB no reconoce el trabajo y la producción de los trabajos domésticos. Sin embargo, la propia Declaración de Bijing insta a los poderes públicos a hacer valoraciones y cuantificaciones propias anuales para cuantificarlo.
No es un asunto femenino, es un asunto que afecta a la efectividad del sistema, necesario para el estado de bienestar. Tiene que ver con la supervivencia de la sociedad, es un tema de todo y de todas. Por ello es necesario abordar medidas de inserción y no de exclusión, apostar por la incentivar la corresponsabilidad. El problema está en la causa.
Todo es un juego de valor. Hay que actuar de manera analítica y objetiva, dejando de lado criterios de tradición. Hay que poner el telón e iniciar una nueva función, bajando las barreras al talento femenino.
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Fuentes de referencia:
NURIA CORONADO (2018). Diario16: “La sororidad nos salva a las mujeres de la desigualdad”
ROSARIO ASÍAN Y OTROS (2008). Estudio para identificar la feminización y masculinización de actividades en el bajo Guadalquivir.